sábado, 29 de septiembre de 2012

Antigua lampara de grasa o "mecho de cebo"


Antigua lampara de cebo que se utilizaba
para alumbrar la casa en caseríos y
veredas
Desde la época cavernícola cuando el hombre habito las cuevas o refugios naturales para protegerse del sol, la lluvia y el viento, periodo de la edad de piedra, sintió la necesidad de afianzar un modelo de vivienda en espacios reducidos al aire libre bajo las condiciones de un techo que le garantizara vida y a la vez superar las circunstancias retrogradas en las que permaneció sumido durante milenios.
El prehistórico troglodita se valió de recursos naturales y puso a prueba materiales tan comunes y autóctonos como la tierra, la madera y la paja. Desde entonces las cavernas ya eran parte del pasado; una solución definitiva se le dio a la vivienda con el proceso de construcción, y gradualmente al modelo se le introdujo cambios. Sin embargo no fue la solución definitiva para el primitivo en su afán por mejor las condiciones de vida. Las fogatas y antorchas utilizadas para calentarse en las cavernas y protegerse de los animales peligrosos,  debieron reducir su llama ante el peligro de una  conflagración.  La eficiencia luminaria originó las lámparas de aceite con mechas vegetales que quemaban aceites de olivo o nuez. Al poco tiempo estas lámparas ya eran de uso común domestico. Algunos hallazgos indican que las lámparas más antiguas se encontraron en Mesopotamia 7 mil años antes de Cristo. Con la introducción del bronce y posteriormente el hierro, los diseños de las lámparas de aceite se fueron haciendo más y más elaborados.  Se cree que de esas derivaciones surgió “el mecho de sebo”, lámpara del ingenio llanero que durante siglos ilumino el contexto social de los llanos  orientales. Y aunque no hay datos exactos de su aparición, por las innumerables historias y relatos de nuestros abuelos al rupestre objeto luminoso se le calculan siglos existencia. La luz provenía de un lienzo de tela en forma de clineja, untada con sebo (grasa) de ganado, cruzada sobre un plato de  aluminio, con una llama en la punta y se quemaba de manera constante y lentamente.  Con él se defendían las amas de casa en las noches oscuras. El mecho de sebo jugó un papel preponderante hasta pocos años cuando se implemento el alumbrado público en las veredas y caseríos de municipios y corregimientos. Sin embargo en zonas tan apartadas donde no alcanzan los beneficios de iluminación, no es raro que ante la falta de combustible o daño de plantas eléctricas, se recurra a las bondades del tradicional “mecho de sebo”. En las parrandas sabaneras hombres y mujeres bailaron y se enamoraron bajo la luz del “mecho de sebo”, único sistema para alumbrar la pista de baile, lugar que concentraba a cientos de personas movidas por la diversión, tanto de la región como de lugares circunvecinos. Allí se sellaban compromisos amorosos luego de varios secreticos al oído de una dama, después de la madia noche para el día.  “Júremelo por la luz de ese mecho de sebo que usted si me quiere”, exclamaba la mujer ante la dudosa propuesta de amores que hacía su pretendiente. Aprovechando el balseo del son que bailaban en la sala, el hombre no tardaba en sellar con juramento el compromiso amoroso. “Por usted voy al abismo más grande del mundo, y se lo juro por la luz de ese mecho de sebo que nos ilumina”.
Con El descubrimiento del petróleo en 1859 por Edwin L. Drake se produjo una nueva fuente de gran eficiencia luminosa.  Las “Lámparas de a petróleo”. A finales del siglo XIX, principios del siglo XX, estas lámparas registraron numerosas mejorías, y se hizo común el uso en los ambientes domésticos, industriales y de alumbrado público. En algunos lugares se hablo del reemplazo definitivo de la lámpara de aceite, “mecho de sebo” en los llanos. En casi todas las casas se usaba una lámpara, incluso, en hogares distinguidos el tradicional fogón de cocinar fue reemplazado por las primeras estufas de petróleo, y la rustica piedra de moler la carne y la sal, por el moderno molino. Cabe anotar que la sal se comercializaba en forma de barras y para diluirla se acondicionaba una piedra especial conocida como “la piedra de moler”. Por las noches las moliendas se alumbraban con la luz de la nueva lámpara. Algunos gritaron a los cuatro vientos: “llego el modernismo a nuestra casa”.  Sin embargo muchos siguieron a la luz del “mecho de sebo” por la dificultad para adquirir el petróleo ó Kerosene, la venta no era tan común y algunos bolsillos no daban la talla para adquirir la lata “Llama Azul” que ostentaba un precio alto en el mercado. Años después se introdujo el uso de las velas, una de las industrias más antigua del planeta. Las primeras velas eran hechas de palo recubiertas con cera de abejas o grasa de ganado. El uso no fue tan común como las lámparas de aceite y sin embargo se observa un repunte significativo en el medio evo. Por los rasgos y características se cree que los egipcios fueron los primeros en usar las velas (400 AC.). Algunos datos señalan que durante el siglo XVI al XVIII, las velas eran comunes para iluminar los interiores de los edificios. En sabanas araucanas a comienzos del XX cuantiosos hogares perfeccionaron la técnica para fabricar velas caseras con grasa de ganado, pero el trabajo resulto dispendioso, engorroso y fácilmente declinaban ante el intento. Preferían el uso del “mecho de sebo”, dueño y señor del alumbrado sabanero, porque aun la lámpara de petróleo no era común en los hogares. El intento por mejorar la iluminación siguió su marcha. A comienzo de los 70s se introdujo la primera lámpara de gas en determinados en el campo dotada de un sistema sencillo, de fácil manejo. Ya el sistema había revolucionado en ciudades y poblados con excelentes resultados. También se conocieron las neveras de gas con las que el llanero saboreó los primeros vasos de  agua fría, y los niños, los helados de piña, guayaba, mango, papaya, coco  y otras frutas comunes en el campo. Pero la comunidad no se familiarizó con lo frio y prefirió el agua al clima, por tal razón no fue mucha la demanda de las neveras en el campo. Tampoco hubo empatía con la lámpara de gas y el servicio de alumbrado lo turnaban con lámparas de petróleo y el mecho de sebo. Lacónicamente se habló de algunas lámparas eléctricas con uso restringido en poblados y veredas de la región. El servicio requería de una planta eléctrica para el suministro de energía y, con respecto al llanero, le pareció caro invertir en estos electrodomésticos. Con la llegada del alumbrado público a las veredas y caseríos, la comunidad se desconecto por completo del tradicional encendido domestico. Ya el petróleo (kerosene) no volvió a visitar los rincones de las habitaciones; las lámparas de gas y eléctricas fallecieron en el primer intento, y el enraizado sebo (grasa) de ganado no almaceno en su antigua habitación, y con ello se produjo la muerte del mecho de sebo.

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